Clásicos a pesar de todo

Para que el tiempo les confiera la condición de clásicos un libro o un autor han debido salir airosos de las distintas interpretaciones a que los ha sometido cada época. Baqueteados por análisis y asedios críticos en ocasiones extravagantes, los clásicos son capaces de ofrecer en cada tiempo algo en lo que las nuevas generaciones de lectores se reconozcan. Como nunca agotan su sentido, tampoco falta la tentación de imaginar qué respuesta darían a problemas que parecen tan de nuestro tiempo. Hace unos años, insatisfecha con la mera actualización léxica de nuestra literatura clásica, una editorial naciente se preguntó, por ejemplo, qué le contestaría hoy alguien tan crítico con su sociedad como Mariano José de Larra al operador o a esa voz mecánica que atiende nuestra queja por el mal funcionamiento de la conexión de Adsl o que encaja nuestra decisión de abandonar la compañía de móvil. La editorial convocó a un grupo de novelistas contemporáneos y los invitó a escribir a la manera de Fígaro sobre los problemas de ahora. La colección a la que puso rumbo ese título buscaba, según sus editores, revivir a los clásicos con ‘sorprendentes versiones narrativas de obras de la literatura universal, realizadas por los mejores escritores de hoy’.

Si los clásicos llegan a serlo porque, entre otras cosas, lo soportan todo, ¿qué no habrá tolerado Miguel de Cervantes a lo largo de estos últimos cuatrocientos años? En 1613, cuando de la imprenta de Juan de la Cuesta salen los ejemplares con las doce narraciones agavilladas bajo el título de Novelas ejemplares, Cervantes tiene 66 años. Han transcurrido ocho desde la publicación del primer Quijote y faltan dos para que aparezca su segunda parte. En el prólogo, apenas unas líneas después de habernos dejado escrito su célebre autorretrato y solo unas pocas antes de advertirnos de que su edad no está ya “para burlarse de la otra vida”, el autor justifica la adjetivación de esas historias en donde se alternan el idealismo y la crítica en que “no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso”. El libro lo cierra un diálogo entre dos canes, El coloquio de los perros, que nace del cartapacio que al final de otra novela corta del volumen, El casamiento engañoso, le da a leer uno de los personajes, el alférez Campuzano, a otro, el licenciado Peralta, al que trata de convencer de que asistió al prodigio de oír hablar a dos mastines. Cuatrocientos años después, el alférez convaleciente de una sífilis que desde su cama oye y después transcribe la singular conversación de esa noche entre los dos perros se ha convertido sobre las tablas del Teatro Pavón en el desencantado vigilante de una perrera municipal que irá dando cuenta de las diversas peripecias que han llevado hasta allí a esos dos canes, a los que él llama Romeo y Julieta, pero que entre ellos se conocen como Cipión y Berganza.

Picaresca y marginación

En su novela corta Cervantes le otorgó el protagonismo a Berganza, un perro de muchos amos, e hizo de Cipión poco más que un oyente que cada poco interrumpe la narración con sus filosofías y que alecciona a su interlocutor para que prosiga con prontitud el relato de su vida. Por El coloquio de los perros cervantino aparecen matarifes ventajistas, funcionarios de justicia sobornados, pastores más dañinos que el lobo, ricos mercaderes que son “mayores en su sombra que en sí mismos”, prostitutas chantajeadoras, ladrones de caballos, brujas que mágicamente transforman al nacer a seres humanos en canes, negras libertinas, poetas, alquimistas y otros locos, y todos ellos conforman un retrato de la época en el que está bien presente el mundo de la picaresca, la marginación, la delincuencia y los bajos fondos. En su versión teatral Joglars ha traspasado esos personajes a nuestra época para proporcionar otra visión igualmente crítica de la sociedad. Aquí tampoco faltan los vendedores que, hoy como siempre, practican el engaño; quienes utilizan a los animales para acercarse de forma vicaria al éxito y les dispensan unas deferencias que muchas veces quisiesen para sí los humanos, o los que, bienintencionados grupos que pretenden la liberación animal, los convierten en su razón de ser, algo contra lo que arremete con fuerza la compañía fundada por Albert Boadella, y de la que Ramón Fontseré se ha hecho cargo desde hace poco.

Al cernirse en el cedazo de la dramaturgia joglaresca, la elegancia de Cervantes se convierte en trazo grueso, en caricatura grotesca, en bufonada. Más allá de la transposición de las situaciones, cuesta reconocer la palabra cervantina, y no deja de chirriar, por ejemplo,  alguna referencia a un conocido empresario opusdeísta de numerosísima familia. Fontseré (Cipión) y Pilar Saénz (Berganza) componen dos extraordinarios canes que hacen olvidar su naturaleza humana. El espacio escénico es tan sencillo como efectivo. Pero se hace extraño ver esta versión, no sé si libre o libérrima, no en un teatro comercial, sino en la sede eternamente provisional de la Compañía Nacional de Teatro Clásico desde que el Teatro de la Comedia bajó el telón en 2002 para unas obras de cuyo fin nadie parece saber nada.

Con la pieza que precedió a este diálogo perruno, esa prodigiosa La vida es sueño que firmaron al unísono don Pedro Calderón de la Barca, Helena Pimenta y Blanca Portillo, la CNTC ofreció uno de esos pocos momentos verdaderamente memorables con los que la suerte regala al espectador. El contraste ahora llama la atención. Por más que Joglars (¿qué fue del artículo?) hubiera versionado a Cervantes con anterioridad en El retablo de las maravillas y En un lugar de Manhattan, quien no asistió a esos montajes y había perdido la familiaridad con el grupo catalán desde los viejos tiempos de Olimpic Man (1981) o Teledeum (1983) no puede ocultar su desconcierto con esta coproducción. Quien iba buscando más a Cervantes que a (Els) Joglars descubre que este coloquio debe mucho más a la forma de hacer de Joglars que a la de Cervantes. Quizá por eso don Miguel adquiriera desde muy temprano la condición de clásico. Porque lo aguanta todo, sin dejar por ello de ser Cervantes.

Publicado en Escuela 11 abril 2013

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